domingo, 17 de febrero de 2013

Liberales y pacifistas: entonces, ¿ya no luchamos?




En el siglo veintiuno ya todos somos pacifistas. Dice Christopher Lasch que después de la crueldad a gran escala desplegada en la Segunda Guerra Mundial y en las diversas guerras de la segunda mitad del siglo veinte, el ideal de la paz, como reacción, se ha convertido en uno de los principales valores de las sociedades actuales. Pero si somos pacifistas no es sólo como reacción a la brutalidad de la guerra, sino, principalmente, porque todos somos neoliberales: según Lasch, en el siglo veintiuno todos creemos en mayor o menor medida en adaptaciones contemporáneas de los ideales liberales clásicos del progreso, de la igualdad y de la tolerancia. El capitalismo, bajo la lógica del consumo, traduce estos términos en crecimiento, movilidad social e inclusividad, respectivamente. Sus críticos, los traducen como sostenibilidad, comunidad y cooperación. Sea como fuere, ya seamos partidarios o detractores del capitalismo, todos somos “hijos de nuestro tiempo”, como decía Hegel, y con más o menos matices creemos en los ideales neoliberales: y si no nos los creemos, o no nos los queremos creer, al menos sí que vivimos “como si” nos los creyéramos.  

Democracia y aversión al conflicto

Tendemos a pensar, erróneamente según John Dewey, que el efecto social de la democracia es ser principalmente tolerantes para con el prójimo, y que el efecto o consecuencia política de la misma es alcanzar el consenso. En primer lugar, si la tolerancia es un valor deseable en democracia, no lo es en tanto sea concebido de forma cosmopolita, como un “vive y deja vivir” (una especie de “laissez-faire” humanista que antecede a una mala digestión de la idea de “libertad de expresión”, la cual nos lleva a pensar que debemos mostrar respeto por todo lo que el otro haga, piense o diga, sea lo que sea), sino en tanto se entienda como una forma de dignificar al “otro”, reconociendo que ese “otro” es un ejemplo de una particular forma de vida, que no es la nuestra, pero que convive con la nuestra. Ahora bien, eso no implica que no debamos discutir o enfrentarnos a ella; al contrario, exigir cambios, razones, mejoras, etc., a los demás es una forma de reconocer nuestra exigencia de cambiar, razonar, mejorar, etc. De hecho, como decía Josiah Royce, es la lucha respetuosa contra “el otro” aquello que lo humaniza al convertirlo en “digno rival”, pues así, “el otro” representa una posición vital que merece la pena ser rebatida. Los enfrentamientos pueden llevar a más, hasta la violencia quizás, pero incluso entonces, esa violencia dignifica más al otro, como señalaba Niebuhr, que ignorarlo, desoírlo, minusvalorarlo o simplemente tomarlo por un estúpido.

En la actualidad, la idea de tolerancia produce rechazo a todo conflicto o enfrentamiento. Pero muy lejos de disminuir o de hacer desaparecer la ira o la violencia que se pudiera derivar de los conflictos, simplemente, las transforma: para muchas personas, este rechazo social al enfrentamiento produce resignación, en otras desesperanza e incluso nihilismo, y en otros (mucho peor aún) el ingenuo reclamo de que para qué enfrentarnos si “todos somos iguales” y buscamos, en realidad, “lo mismo”. Nótese la paradoja: la tolerancia, en principio una defensa de la pluralidad, posee muchas veces una fuerza tremendamente homogeneizadora, es decir, destructiva de lo plural, de la dialéctica. El pensamiento de que “todos buscamos lo mismo” no es sólo profundamente (neo) liberal, sino (y esto es lo deplorable) enormemente conformista y sumiso.

Siguiendo con Dewey, él mismo reconoce que el enfrentamiento (o la confrontación) es deseable, no lo contrario. Defiende que el elemento principal de la democracia es entender que la ausencia de conflicto jamás llegará, porque la discusión y la argumentación constante derivados del conflicto son, de hecho, necesarios para mantener una sociedad democrática. La democracia debería garantizar que todas las opiniones sean escuchadas, pero no garantizar que todas ellas sean respetadas. El respeto, decía William James, deriva de la lucha o de la admiración, de la pasión por defender un ideal (que es uno de los aspectos principales de lo que él entendía por “verdad”, à la Nietzsche) y reconocer que los otros también defienden los suyos apasionadamente, pero pensando que uno, en mayor o menor medida, defiende “mejores” ideales que los demás.

Sea o no posible, ni podemos, ni debemos abandonar la idea de defender “mejores” ideales, de buscar principios que nos guíen en distinguir el bien del mal, lo bueno de lo malo, lo verdadero de lo falso. La izquierda neoliberal tiende a ver en cualquier búsqueda e intento de establecer principios (éticos y morales) una forma de “fascismo” o de “proto-fascismo”, dice Lasch, de la misma forma que la derecha muchas veces ve “el peligro del socialismo” incluso en el liberalismo mismo. Pero, ¿qué es la democracia sino el intento mismo de buscar, discutir y poner a prueba principios a través de los cuales la vida de la gran mayoría sea “mejor”: más digna, más justa, más compleja? Como decía Georges Sorel, si la democracia sólo implica reducción de las horas de trabajo, mejores técnicas de producción y mayor abundancia de recursos y acceso al consumo de bienes, entonces no hay nada en la democracia que merezca la pena ser defendido, pues esta forma de democracia no se diferencia en nada del capitalismo.

Indignación previa al cambio

Indignarse es una condición necesaria, pero no suficiente. La indignación es el resultado de tomar conciencia de un sistema donde lo más problemático no es sólo que produzca pobreza y desigualdad de todo tipo (económica, social, cultural), sino que produce esclavitud. Indignarse es una precondición para abrir la necesidad del debate, de la lucha y del cambio, la muestra de que el sistema no funciona para nosotros, sino a nuestra costa.

Pero indignarse no es actuar. Para defender “mejores” formas de vida, para cambiar las normas legales, éticas y morales por las que nos regimos, no podemos sólo alimentar la indignación (y menos sólo desde las redes sociales: tienen efecto informativo y aglutinador que es necesario, pero también hidráulico y anestésico en mucho casos). Hemos de ejercer una oposición más contundente, una oposición que implique un cambio radical de forma de vida: menos centrada en nosotros mismos, en el consumo de discursos que afiancen nuestras posturas, en el consumo en general, en la búsqueda de implementar nuestros propios intereses, o en intentar llegar a una solución que nos satisfaga personalmente de uno u otro modo. Para ello debemos tener menos miedo al cambio y estar dispuestos al sacrificio personal, pues no hay cambio político sin dolor, como decía Niebuhr, o sin que nosotros mismos salgamos, a corto plazo, perjudicados, es decir, sin que ello implique demandarnos más, sacrificar incluso nuestras comodidades. Pensar lo contrario, esto es, que podemos extender nuestras actuales comodidades a más gente, que basta con reformular la fórmula del progreso lo justo para que todo mejore, es seguir promoviendo el mismo mito (neo) liberal que hoy vivimos/sufrimos.

En primer lugar, el cambio que necesitamos no puede ser nunca “pacífico”, porque siempre hay alguien que tiene mucho que perder y que no quiere hacerlo, alguien que no está dispuesto a abandonar su nivel de vida, alguien que se beneficia del sometimiento, de su posición, de la injusticia (extorsión, corrupción, falsificación, evasión, etc.) y de la desigualdad social. Tenemos que abandonar el pacifismo si por pacifismo entendemos que todos podemos salir ganando en la discusión política. Una democracia debe estar dispuesta a exigir, no sólo a sugerir; dispuesta a obligar, no sólo a negociar. Y exigimos una mejor democracia. Como decía Rousseau, el pueblo debe limitar, modificar y retirar el poder que ha depositado en el gobierno siempre que la situación lo requiera. Cuando somos gobernados por leyes que son injustas y no tenemos opción de cambiarlas, entonces, para Thoreau, debemos desobedecer. La desobediencia, en estos casos, es un paso más allá de la indignación y precede al cambio; más cuando no resulte ningún efecto, la desobediencia es más deseable que nada, pues un gobierno que no responde a argumentos es ilegítimo, y, por tanto, desmerecedor de obediencia.

En segundo lugar, ese cambio no sólo debe ser una enmienda a lo que ya vivimos, sino un cambio radical, de raíz, revolucionario, entendiendo que, como decía aquel,  

“hacer la revolución no es ofrecer un banquete, ni escribir una obra, ni pintar un cuadro o hacer un bordado; no puede ser tan elegante, tan pausada y fina, tan apacible, amable, cortés, moderada y magnánima. Una revolución es una insurrección, es un acto de [imposición] mediante el cual una clase derroca a otra”.

De momento, es la clase de los ricos y poderosos, la de los aspirantes a ricos y poderosos, la de los acomodados y la de los esperanzados por el progreso de la humanidad, la que va ganando.   

16 comentarios:

  1. Un post muy jugoso y estupendamente escrito. Voy a soltar aquí mi opinión "a calzón quitao" y un poco a vuelapluma y a lo bruto, centrándome en mis discrepancias o incomodidades (igual es excesivo llamarlas discrepancias, ya que no propongo ninguna alternativa).

    1. Quizá hubiera que distinguir entre liberalismo y neoliberalismo cuando se dice que hoy todos somos neoliberales. Tal vez lo que somos es liberales en el sentido en que, como se subraya en el texto, asumimos valores de progreso, igualdad y tolerancia (con estos u otros nombres, aunque a su vez los nombres son muy reveladores). Pero no creo que esos valores puedan identificarse sin más con el neoliberalismo entendido como crítica al estado del bienestar y al sector público basada en principios monetaristas y en la idealización del libre mercado. Eso sería como dar la razón a los neoliberales cuando se presentan como los legítimos herederos del liberalismo clásico.

    2. Me pregunto cuál es el referente de la primera persona del plural que se usa en el texto, es decir, quiénes somos "nosotros", quiénes somos los que debemos oponernos al status quo y demás. ¿El pueblo? ¿Los desposeídos? ¿Los obreros? ¿El 99 %? Hay "pueblo" cuyos valores son totalmente "de derechas", y "burguesía" cuyos valores son progresistas, sin que yo tenga derecho a atribuir a ese pueblo ninguna falsa conciencia ni a pensar que los valores de tal burguesía son falsos.

    ResponderEliminar
  2. [Perdón, sigo un poco.]

    3. Tengo también mis problemas con la posición del "otro", que tan bien se plantea haciendo referencia a Dewey y Royce. Puede que conceder beligerancia al otro lo dignifique -aunque habría que preguntarle si desea ser dignificado o prefiere que le dejen en paz-, pero me pregunto si no caben, según en qué contextos, posibilidades como la indiferencia o la ignorancia. El "vive y deja vivir" tal vez tenga mala prensa entre la izquierda, pero a veces relaja bastante. Y quizá esa mala prensa se deba a una actitud excesivamente comunitarista o colectivista, que parte de que el otro está o debe estar siempre incluido en la misma colectividad que aquel que lo incluye, en el sentido de adquirir los compromisos morales que éste considera adecuados.

    4. Otra cosa que me incomoda es el uso de categorías generalísimas como "sistema" o incluso "capitalismo". No sé muy bien lo que es el capitalismo, salvo que adoptemos un punto de vista más o menos ortodoxamente marxista y lo definamos como un estadio de la historia de la Humanidad destinado a ser superado por el comunismo. Y tampoco sé lo que es el "sistema", dado que no hay un afuera del mismo, es decir, no hay una exterioridad en la cual pueda ubicarme para identificarlo como tal sistema y proponer una alternativa (esto último me parecería utópico en el peor sentido, si es que hay alguno bueno).

    5. Quizá lo que más miedo me da es la alusión al sacrificio en pos de un ideal político superior. Sinceramente, no creo en eso. Quien quiera sacrificarse por el futuro, quien quiera renunciar a sí mismo en favor de otros, que lo haga, pero prefiero que no eleve su actitud a norma moral. En esto estoy con los del mayo del 68 y creo que con muchos de los del 15M: si hay un paraíso, lo quiero ahora, ya mismo; si se me exige hipotecar el presente en pro de un futuro mejor, entonces no me interesa. En realidad, tampoco me parece que debamos pensar las cosas en términos de una ruptura entre presente y futuro. Sospecho que si hay formas de vida mejores (y sin duda las hay) han de engranarse de algún modo con las que ya están siendo en el presente. No me convence dejar las cosas pendientes para cuando triunfe la "revolución". De hecho, hay formas de vida en común que ya se practican en barrios o en grupos de afines y que podemos juzgar como mejores que otras sin esperar a que una revolución nos ofrezca todas las condiciones políticas para que nosotros vivamos mejor o nuestros hijos vivan mejor (por otro lado, tampoco quisiera que mis hijos heredaran esa deuda emocional que les obligara a agradecerme la autorrenuncia que hice por ellos).

    6. Por decirlo todo, ni siquiera creo mucho en las revoluciones planificadas. Haberlas haylas, claro, pero porque se definen historiográficamente a posteriori como tales, y mayormente desde el bando vencedor. No me parece posible prever una revolución ni planificarla. Se puede, desde luego (ignoro si se debe), idear un programa político que concite apoyos y, con ellos, acabe haciendo sinergia con otros movimientos que produzcan un cambio político (a un determinado nivel). Sin embargo, nunca podremos prever las consecuencias de nuestras acciones políticas más allá de lo que ocurre delante de nuestras narices; a partir de ahí comienza la imprevisibilidad porque comienzan los efectos colaterales, las direcciones inesperadas, las reacciones, los efectos dominó, etc. Por supuesto, la vanguardia revolucionaria interpretará todo esto a su favor y se las arreglará para teorizarlo como si ya hubiera estado previsto en el modelo inicial.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por los comentarios JC. Comparto todas tus discrepancias e incomodidades al respecto. De hecho, al escribir esto, he tenido que poner en duda ideas previas que tenía sobre estas cuestiones y que se parecen a las que tú propones (recuerdo en algún momento haber hablado de esto contigo). Pero déjame que conteste, punto por punto, a lo que planteas para seguir con la discusión:

      1. Sí hay que distinguir entre el liberalismo y el neoliberalismo. Y mucho. Menciono en el texto (muy rápido, como en todo, porque es muy corto) que el neoliberalismo adapta actualmente los ideales liberales clásicos del progreso, de la igualdad y de la tolerancia. Pero este proceso de adaptación supone, a lo largo del s.XX y XXI, una brecha abismal con el liberalismo clásico. Un estudio histórico, político y económico (de los cuales hay muchos, especialmente en Norteamérica, que es con lo que estoy actualmente) de la transición del liberalismo al neoliberalismo, de un tipo de sociedad industrial a una sociedad capitalista (ésta última con sus distintas fases también) pone de manifiesto sus diferencias, que no son sólo económicas y políticas, sino, según Dewey y todos los liberales de la época progresista, éticas, morales, legales y culturales.

      2. Por “nosotros” me refiero a todos lo que se identifican con el texto. No me dirijo a nadie en particular, porque eso requeriría de un texto analítico y político en profundidad al respecto. Hay conjuntos de personas que sin vivir acomodadamente aspiran a hacerlo, personas que se entienden en términos de emprendimiento, de superación, de crecimiento personal y de escalada social, de éxito, de mérito, etc., que apoyan políticas neoliberales. Las clases bajas en las últimas décadas han virado hacia estas posturas de forma drástica, como analiza Thomas Frank, no sólo en EEUU sino en también en Europa.

      3. No. En primer lugar, creo que el “vive y deja vivir” es precisamente de izquierdas (de izquierdas “blandas”, si me permites esta diferencia), que son quienes más defienden el concepto de “tolerancia” en este sentido. Por otro lado, la dignidad del otro es tanto un derecho como una obligación. Si mi postura de izquierdas es correcta (en este caso también es algo liberal en el sentido clásico), todo el mundo tiene derecho (y yo la obligación) de tratar con dignidad al otro. Ahora bien, yo no entiendo la dignidad simplemente reconociendo que el “otro” existe, que es digno porque pertenecemos al mismo “pueblo”, porque todos seamos seres humanos. No lo entiendo al estilo humanitarista. Para mí (y aquí mi posición es liberalista clásica e individualista: hay muchas formas de individualismo), la dignidad es el resultado de la exigencia mutua, de creer que el otro es capaz de ser responsable para tomar parte de un proyecto común, como decía James, sea el nuestro u otro. Pero hay que exigir, porque es la única forma de que nosotros también participemos de esa exigencia para con nuestra forma de vida. La idea de que preferir que nos dejen en paz es muy egoísta.

      Eliminar
    2. 4. Como siempre, es por falta de espacio. Estoy de acuerdo con que esos términos tienen que “bajarse a tierra”. Hay mucha literatura, sin embargo, definiendo en concreto qué se entiende por capitalismo y cuáles son sus fases. Por ejemplo, unos que me vienen rápido a la cabeza son Boltansky y Chiapello, y Brinkmann.

      5. Me refiero a que si queremos cambio, si gritamos por el cambio (porque muchos lo necesitamos: ya nos lamentaremos más todavía cuando la universidad, la sanidad o los derechos labores se hundan por completo), no podemos esperar no dar nada a cambio, no sacrificar algo. Es ingenuo y egoísta pensar que podemos seguir dando vueltas de tuerca al sistema, o esperar a algún líder que gestione mejor las cuentas, que nos ofrezca mensajes de esperanza, que podemos seguir manteniendo nuestro nivel de vida. Los que todavía vivimos sin el agua al cuello debemos estar preparados para que suba hasta ahí si es necesario para que las cosas viren hacia otro lugar, porque es muy cómodo criticar y proponer políticas de izquierdas cuando se está a salvo en la orilla. El sacrificio no es sólo renuncia, sino también integridad. Eso del paraíso es demagogia: nadie promete que haya ninguno, y si lo hay, que lo busquen ellos. Sólo alcanzar formas más justas de vivir debería ser, por el momento, suficiente, que no es poco.
      Respecto a la velocidad y calidad del cambio, yo también pienso que debe ser paulatino y engranarse poco a poco. Pero de vez en cuando, algún “salto” de continuidad no vendría mal.

      6. No es una revolución planificada tanto como la planificación de un modelo político y económico que pueda ofrecer una alternativa realista para cuando el cambio se materialice. Como dices, no podemos saber lo que pasará, pero podemos tener listos algunos planes deseables: no hay nada malo en ello. Sin duda, algo nuevo tenemos que probar, aunque no se pueda garantizar nada.

      Eliminar
    3. Edgar, a mí me resultan muy clarificadoras tus respuestas, aunque tampoco te estaba interpelando directamente (por ejemplo, cuando me preguntaba por el nosotros lo hacía en general, como crítica a las posturas que presuponen ese nosotros). Quizá para mí las cuestiones más problemáticas tienen que ver con 1) la aceptación de la dualidad izquierda/derecha sin tener en cuenta que está cruzada por otras muchas dualidades (ojo, no digo que no sea pertinente en ningún contexto distinguir entre izquierda y derecha, como defiende tanta gente de derechas; digo que no hay por qué presuponer la izquierda como si fuera un lugar desde el que hablamos); 2) el "egoísmo" que supuestamente padece quien desea que le dejen en paz (había un progresista americano, cuyo nombre no recuerdo ahora mismo, que decía que el derecho a que le dejen a uno en paz era el principal derecho del ser humano; ya sabes cómo los progresistas mezclaban a veces socialismo e individualismo casi anarquista; ¡a lo mejor es verdad que las buenas personas no son las que ayudan a las demás, sino las que no las perjudican, si me permites el exceso!); 3) el sacrificio (a lo sumo, creo que el sacrificio nos viene dado, no lo elige uno sino que "se lo eligen"); y, sobre todo, 4) con la posibilidad de planificar modelos políticos y económicos (no creo que puedan planificarse en sentido estricto, salvo que por planificación entendamos los pequeños pasos estratégicos que todos dan, empezando por las multinacionales y terminando por las agencias burocráticas, y que se dan, efectivamente, respaldados con cierta ideología, pero sin que a largo plazo pueda preverse nada, porque las fuerzas sociales en movimiento son contrapuestas y dinámicas, y se están creando micronovedades sin parar, en todas partes y a muchos niveles; en este sentido no creo tanto que se pueda o se deba ofrecer una alternativa al modelo político reinante cuanto que se puede, si se quiere, ensayar "formas de vida", como de hecho se hace en muchos ambientes y a muchos niveles). Bueno, que alguien más diga algo... Tal vez mis mayores fantasmas (que luego proyecto indebidamente en textos como el tuyo) tienen que ver con una tendencia bastante apreciable en la izquierda actual que a mí no me mola nada y que contiene muchos componentes de anti-individualismo colectivista, de nostalgia por edades de oro comunitarias, de maniqueísmo y de aspiración voluntarista a una nueva edad de oro... Últimamente he escuchado más de una vez cosas como que el capitalismo va en contra de la naturaleza humana, así tal cual, algo que -con todos mis respetos- me parece una soberana gilipollez, como cuando los psicólogos evolucionistas dicen que vivir en ciudades va en contra de nuestra naturaleza porque ésta se formó en el paleolítico...

      Eliminar
    4. Jaja. Gracias, JC. Vaya por delante que no siento que me interpelaras directamente (es mi forma de contestar), y que se agradecen mucho tus comentarios, pues yo al menos los necesito.

      Todos estos "fantasmas" que mencionas, del 1 al 4, son compartidos por ambos, sin duda. Yo te contesto, como si los rebatiera, pero siempre con mucha inseguridad, a veces sólo por fomentar la discusión, que conste.

      Respecto a los puntos 1 y 4, reconozco los cruces entre izquierda y derecha, y la problemática tendencia a apropiarnos de los términos, a reificarlos, a darlos por supuestos o a pensar que por pronunciarlos ya es suficiente. El lugar desde el que hablamos es siempre heterogéneo, con múltiples cruces, y desde donde tratamos de resolver cuestiones concretas cogiendo un poco de aquí y de allá: tanto individuos como instituciones políticas y económicas. Este plano, sin embargo, siempre aspira, sea consciente a no (ya no sé distinguir entre si creo que lo hace de hecho o si creo que debe hacerlo), a realizar una imagen, proyecto u horizonte político determinado, una macro-narrativa política y económica, si quieres, que podemos tratar de entender, desenmarañar y de discriminar de otras. Que muchos digan que son de izquierdas no es justificación suficiente para que lo sean: las críticas que recibe el PSOE por esto son legítimas y necesarias, me parece, y por estas mismas razones, es decir, por apropiarse de un término que muchos no reconocemos en ellos, por vulnerarlo y por no ser coherentes con él. Ni yo ni ellos podemos definir de una vez por todas y para siempre qué es ser de izquierdas, ni mucho menos; pero para eso se propone un programa político que va acompañado de una etiquetas que arrastran expectativas, identificaciones históricas y proyectos de futuro. Sea lo que sea que defina el PSOE como izquierda, al menos, un requisito fundamental, aunque no suficiente, es que se ajusten a él. No es pedir nada del otro mundo, creo. A mí me parece que la constatación de que todo es complejo, y el reconocimiento de cruces inevitables, a veces nos impide reclamar que las cosas respondan a algo más que una mera resolución de problemas "aquí y ahora", a gestión eficiente o a la idea que algunos mantienen que lo que necesitamos es mejores tecnócratas. Yo creo que necesitamos mejores políticas (ya hemos visto lo que hacen los tecnócratas), y para ello, la "planificación" es necesaria. No una ingeniería social o política, no, ni mucho menos. Pero sí un proyecto político razonado democráticamente por todo el que quiera participar en él que tome conciencia de esos cruces y que nos permita cambiarlos y superarlos. Esas políticas no nos podrían garantizar más que direcciones razonables, no resultados, pero incluso de eso carecemos actualmente.

      Respecto a lo del capitalismo, estoy de acuerdo contigo: una estupidez.

      Respecto a lo del egoísmo, es un tema que tiene mucho trayecto, porque es la madre del cordero de los liberales clásicos: cómo conjugar la idea de la búsqueda del interés propio con el bien común. Para cuando el progresismo había llegado a América, esas cuestiones tomaron otra coloración: la búsqueda del interés propio se daba por supuesto y las cuestiones morales y éticas asociadas a él se naturalizaron enormemente. Sólo quedaba que ese interés de trabajadores y capitalistas tomara la misma dirección, cosa que no sólo no se cumplió, sino que terminó por agravar aún más el problema que el mismo progresismo trataba de resolver.

      Sobre el sacrificio, la cuestión es principalmente ética. Los viejos protestantes defendían que ese sacrificio era lo único que, de hecho, podíamos elegir nosotros: la felicidad (y el recorrido hasta ella), sin embargo, era "impuesta". Creo que Tolstoi, en Anna Karenina, implica algo parecido. James y Niebuhr eran de este grupo de protestantes. No tengo claro nada al respecto, pero la idea me parece bonita.

      Eliminar
  3. Sí, estoy de acuerdo con lo de la planificación entendida como programa político mínimo. Y lo de las referencias históricas e intelectuales es inevitable, claro. Para mí Dewey es una fundamental, y supongo que el problema de una izquierda actual heredera de esa tradición es cómo mantenerla sin basarse en una teoría de la naturaleza humana que, aunque fuera de mínimos, Dewey tenía (o al menos yo diría que la tenía, ya hemos hablado de ello alguna vez). Y en cuanto al sacrificio, no puedo evitar reivindicar otra tradición no directamente política sino precisamente ética (aunque también basada en una teoría de la naturaleza humana, cierto): la hedonista. Y termino con un guiño musical: http://www.youtube.com/watch?v=JDudfuDP7IQ

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. JC, respecto a tu comentario y a la canción, no me resisto a pensar que no querer tener ideales es, ello mismo, un ideal. Un ideal estético, si me permites, con el fin de enlazar con lo siguiente. Pego aquí un comentario de R.Berstein sobre Peirce respecto a su crítica de la filosofía moderna y la necesidad de poner de manifiesto los ideales que dirigen nuestra acción, no sólo como una forma justa y necesario para que entre todos (para él esa metafísica "comunidad de investigadores") tomemos parte de esta crítica como comunidad, sino porque es por delante y no por detrás la forma en la que los pragmatistas pensaban(como sabes)que la acción era dirigida.

      "La filosofía moderna proclama que el discurso ético es autónomo y que la tarea de los filósofos es describir la lógica de nuestro discurso moral real en toda su complejidad intrínseca y sutil. Un enorme volumen de energía intelectual se ha dirigido a la exploración de la llamada lógica del discurso moral, la forma de argumental acerca de cuestiones morales, y los criterios para distinguir razones buenas y malas en los argumentos morales. Pero una de las cuestiones más enervantes y persistentes ha sido: ¿cómo podemos proveernos de una justificación última para las reglas, principios, prácticas y normas que empleamos actualmente? (…) Toda la discusión se ha ido a pique a causa del fallo de no reconocer lo que Peirce vio claramente: el problema de la justificación última es crucial. Para responder a esta cuestión debemos investigar críticamente nuestros objetivos y propósitos últimos; hemos de tratar de encontrar aquello que en último término debemos admirar y perseguir. Es en este sentido que la lógica depende de la ética y la ética depende de la estética, o, para llevar la cuestión a un terreno más neutral, los criterios de lo correcto y lo incorrecto tanto en lógica como en ética dependen de los fines de toda actividad humana".

      Eliminar
  4. Acabo de leer en una entrevista a Muñoz Molina algo que ilustra algunas de mis prevenciones contra algunas formas de anti-individualismo: "En 2007, un juez de Tenerife reconoció el derecho de un grupo de vecinos a que se bajaran los decibelios máximos del carnaval. No los decibelios del desfile. No, los de las furgonetas que, según la costumbre, se ponen en cualquier parte, en tu puerta, con altavoces a todo meter. En este caso, los decibelios eran tan brutales que el juez decretó que no se podía superar lo que marcaba la ley. Pues bien, hubo una reunión en el Parlamento canario que desautorizó al juez. En las emisoras de radio del Ayuntamiento se hicieron públicos los teléfonos y las direcciones de las personas que habían puesto la denuncia. A esas personas se les quemaban los portales, se las amenazaba de muerte. Y en los edificios cercanos terminaron por poner carteles que decían: “Nosotros no hemos participado en esa demanda”. Es terrible, ¿no? Me interesa mucho esa cosa brutal del totalitarismo de la fiesta. Es mucho más grave de lo que parece. Porque supone la falta de reconocimiento del derecho del otro a vivir su vida. Es una cosa escalofriante".

    ResponderEliminar
  5. (1) me resulta difícil de entender tu idea de tolerancia si es la que has puesto antes: "como una forma de dignificar al “otro”, reconociendo que ese “otro” es un ejemplo de una particular forma de vida, que no es la nuestra, pero que convive con la nuestra. Ahora bien, eso no implica que no debamos discutir o enfrentarnos a ella; al contrario, exigir cambios, razones, mejoras, etc., a los demás es una forma de reconocer nuestra exigencia de cambiar, razonar, mejorar, etc. De hecho, como decía Josiah Royce, es la lucha respetuosa contra “el otro” aquello que lo humaniza al convertirlo en “digno rival”, pues así, “el otro” representa una posición vital que merece la pena ser rebatida. Los enfrentamientos pueden llevar a más, hasta la violencia quizás, pero incluso entonces, esa violencia dignifica más al otro, como señalaba Niebuhr, que ignorarlo, desoírlo, minusvalorarlo o simplemente tomarlo por un estúpido". o sea, que tolerar significa reconocer en el otro una forma de vida aunque no comulguemos con ella. e incluso podemos enfrentarnos a ella. Pero, ¿hasta que punto al enfrentarnos a ella no la reconocemos como una forma de vida? yo creo que si precisamente queremos enfrentarnos a una forma de vida es porque no la consideramos una forma de vida digna, como las sociedades ortodoxas que no permiten que la mujer vista como desee. yo creo que uno se enfrenta a esas sociedades porque no las reconoces como dignas, y mucho menos al enfrentarse a ellas las dignifica convirtiéndolas en su rival. Por otro lado, me gusta mucho la cita de Mao. un saludo, M.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por el comentario, M. Verás, esta idea de dignidad que aquí describo, que se basa en la idea de J. Royce en particular y del pragmatismo norteamericano en general, se basa en el reconocimiento del otro como uno de los pilares éticos sobre los que asentar la democracia. La dignidad es algo que se da, que se otorga; no es presupuesta, no es natural, sino cívica; es el resultado de un ejercicio de reconocimiento necesario para que existan discusiones e intercambios de razones y de opiniones de forma respetuosa y justa, de forma democrática. La dignidad es el resultado de darnos cuenta de que nadie está en disposición de la "verdad", que su razonamiento es limitado y que sus razones y opiniones no son sólo suyas, sino que están compuestas de miles de otras voces: por ello, hemos de reconocer al otro como otro "pedazo" posible de verdad, que nos falta; como alguien con una visión parcial que está en la misma situación de incertidumbre y de búsqueda que nosotros.

      Ahora bien, su parte de "verdad" no puede ser dada por supuesta. Debemos garantizar el escucharle y tomar su postura en consideración, pero no garantizar que su visión parcial del mundo contenga algo de "verdad". Y sólo hay una forma de saber si la tiene o no: discutiendo hasta agotar las razones de uno y de otro lado. Este enfrentamiento, salga lo que salga de él, ya es un reconocimiento de que el otro "puede" tener razón, y eso ya es una forma de dignificarlo.

      Pero no todo enfrentamiento, efectivamente, dignifica: la discusión y el intercambio de pareceres son condiciones necesarias pero no suficientes en la dignidad. Por ejemplo, puedo enfrentarme a otra forma de vida, costumbre o persona, precisamente porque no da la posibilidad de dignificar a otros individuos (como una mujer velada), o porque es injusta, peligrosa, y absolutamente irrazonable, es decir, porque no puede haber atisbo de verdad en ella. Aquí mi enfrentamiento con él tiene la única intención de querer destruir al otro, no "recomponerlo", convencerlo y dejarme convencer, o tomarlo como posible aliado, algo que sí haría si lo estuviera reconociendo como alguien digno.

      Como no presupongo la dignidad, creo que uno tiene que tener la tendencia a ofrecerla, pero que el otro tiene también que tener la tendencia a ganársela. Y para ganársela, como decía, hay que querer ser razonable y reconocer nuestra parcialidad, la provisionalidad de nuestras ideas, y la necesidad de completarnos con las razones de otros.

      Eliminar
  6. Creo que han salido muchas cosas interesantes, pero me voy a centrar en el tema del cambio y la alternativa. Dices que no hay cambio político sin dolor, y es algo bastante cierto. El problema es que ahora mismo ya está habiendo un cambio político y social radical, revolucionario, que no sólo nos infringe dolor diarimente sino que nos depara un futuro negro. No sabemos de dónde nos viene ni a dónde va, sólo podemos intuirlo. Quizás las vías de acción deberían ser dos. Por un lado, intentar reconocer, comprender y parar este cambio. Aquí sin duda es fundamental entre otras cosas llevar a cabo formas de desobediencia civil ante leyes que consideremos injustas como nos recuerda Edgar.
    Por otro lado, como dice JC, hay que "ensayar formas de vida", y elaborar, como dice Edgar, una propuesta alternativa sólida, un programa político. No podemos dejar de hacer ninguna de las dos.
    Dani


    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Estoy de acuerdo con todo, Dani, excepto con la idea de que ahora estamos viviendo "cambio". Si con "cambio" te refieres a las políticas de adaptación a las demandas europeas, de recortes y de ajustes, de desregularización y privatización, etc., yo diría que ahí no hay cambio en absoluto, pues ése es el desenvolvimiento lógico e histórico del neo-liberalismo ético, económico y financiero que llevamos viviendo varias décadas (y de la oligarquía mundial en que ha degenerado). Lo que se está produciendo es una huida hacia adelante, no un cambio. Lo que vemos a nuestro alrededor son vueltas de tuerca de lo mismo, una y otra vez. Esa línea creo que sí podemos intuir dónde nos va a llevar.

      Estoy de acuerdo en que no podemos dejar de ejercer ninguna de esas dos vías de cambio.

      Eliminar
    2. Es cierto que parece el camino lógico del neoliberalismo y que desde las élites lleva décadas listo el programa; además la crisis ha propiciado un "estado de shock" (la doctrina del shock, que diría Naomi Klein) en el que se pueden permitir casi de todo. Lo que sí que es un cambio es que los ciudadanos de a pie vamos a pasar de vivir en un capitalismo suave, con ciertas garantías sociales tomadas de otros programas y aceptadas por presiones populares y por la presencia de sistemas económicos alternativos en funcionamiento, a una forma de vida dura y difícil donde se pierden los pocos valores comunitarios y las pocas seguridades que nos quedaban (sanidad, educación, acceso a justicia gratuita, ¿pensiones?....)

      Eliminar
  7. Me gustaría llamar la atención, para quien no lo conozca, sobre un proyecto concreto y en marcha, trabado y trabajado, que contiene una potencial redefinición del "nosotros" -previa adhesión y apoyo, claro- por la vía de una democracia más poderosa y una ciudadanía más libre, a base del control y la eventual eliminación de las prácticas más criminales del capitalismo actual. Se trata de "La economía del bien común".


    JCS

    ResponderEliminar

Licencia de Creative Commons
Tenemos que Hablar de Esto is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
Creado a partir de la obra en http://tenemosquehablardeesto.blogspot.com.es/